“La
sabiduría milenaria”
por
Andrés Martín Valencia.
Un
imperceptible rayo de luz se coló por una rendija de la persiana.
Como fino punzón y con la precisión de un bisturí en manos de un
cirujano, ese rayo tocó el ojo entreabierto de Kike.
Como
un autómata, se incorporó y con los ojos dormidos le asomó a ver
qué tal día hacía. Una rápida mirada al Cerro de Pulgar le hizo
intuir que aquél sería un día soleado. Perfecto para poderlo pasar
en la calle con sus amigos.
Con su
pesada mochila a cuestas, cada día le costaba más llegar con ánimo
a clase. No creáis que lo que pesaba en aquella bolsa eran los
libros, nada más lejos de la realidad. En aquella mochila podíamos
encontrar todo tipo de juguetes, pelotas, cartas, etc., lo que él
consideraba necesario para pasar el día entretenido.
Las
primeras tres clases fueron un tostón. Pese a ser de matemáticas,
lengua y sociales, a él le parecían de chino mandarín. No entendía
nada. Menos mal que ya era hora de salir al recreo. Sonó el timbre y
se giró para atrás como siempre para coger su mochila y salir
corriendo. Pero mientras realizaba ese movimiento, por el rabillo
del ojo pudo observar algo que no era habitual.
Su
sitio en la clase era el último de la fila que daba a la ventana,
por lo menos no le faltaban buenas vistas, decía para sí. Lo que
había visto en un primer vistazo era un pequeño papel en la mesa
situada tras de él, lugar donde no se sentaba nadie.
Alargando
el brazo pudo coger el pequeño papel, con una doblez que le impedía
leer su contenido a primera vista, pues se podían entrever unas
letras escritas en su interior.
Con
curiosa rapidez, pudo leer unas enigmáticas frases:
- Si
quieres alcanzar la sabiduría milenaria, deberás encontrar a quién
dedicaba su libro el que se sienta debajo del manzano. El premio a tu
pericia, saciará su vida para siempre.
Sin
saber muy bien por qué, aquel papel le había dejado descolocado. No
solía ser muy amigo de acertijos y adivinanzas, pero pensando en la
nota, se había quedado solo en clase. Sus ansias por salir al patio
se habían evaporado. Pero sabía que necesitaba contárselo a
alguien. Como alma que lleva el diablo se dirigió a los chicos de su
clase, que como era habitual, estaban sorteando el campo para empezar
a jugar al futbol.
Le
costó una enormidad que aquel grupo de forofos futbolísticos le
hicieran caso. Las caras de aquellos chicos eran, entre extrañadas y
sorprendidas, Kike no solía ser un chico dado a fantasías e
intrigas. Decidieron echarle una mano. Pero como sabían que si
alguien era capaz de dar solución a aquel enigma, tenía que ser el
grupo de chicas, que por norma general eran las primeras en la tabla
de notas. Las encontraron practicando el baile de moda. Tras el
primer amago de risas por lo absurdo para ellos de aquella
coreografía, se pusieron serios y les plantearon el enigma a las
chicas.
Lo
primero que preguntaron las chicas fue si alguien había visto a la
persona que había depositado el papel en el asiento detrás de Kike.
La respuesta fue unánime. Nadie vio nada. La mitad delantera de la
clase estaba pendiente de la explicación, y la parte trasera estaba
sumido en un sopor habitual en clase de sociales.
Maya,
la chica más inteligente de la clase, no tardó demasiado en caer en
la cuenta de un dato que figuraba en el texto de la nota. En la misma
habla de un hombre bajo un manzano. No hacía mucho tiempo que tuvo
que redactar un trabajo sobre la vida de Michael Foss, un aventurero
que tras pasar media vida buscando la ciudad perdida de El Dorado en
el Amazonas, había escrito un libro en el que narraba sus aventuras.
Que tenía que ver aquello con el manzano. Pues mucho. En dicho libro
aparecía el aventurero descansando mientras escribía algo bajo un
manzano, posición favorita para escribir sus aventuras.
Corrieron
todos por el pasillo central del colegio, ahora vacío por el recreo.
La bibliotecaria sorprendida les ordenó silencio. No hicieron
demasiado caso, para que engañarnos.
La
tercera fila de la izquierda contenía dicho libro. Maya había dado
con él sin demasiado esfuerzo. Pero para su sorpresa no encontraron
ni al principio ni al final la dichosa dedicatoria que mencionaba la
nota. No tendrían más remedio que ojear el libro buscando la
respuesta.
Como
si se tratase de un club de lectura, se sentaron todos a leer el
libro. Más bien unos leían y otros escuchaban atentamente. Las
aventuras del tal Foss resultaban de lo más interesante. Casi sin
darse cuenta, había terminado el recreo.
La
señora Flora, la bibliotecaria les selló el carnet, era lo
necesario para poder sacar el libro en préstamo. Salieron dispuestos
a asistir a la siguiente clase, quedando a las cinco de la tarde en
el parque para poder leer entre todos el libro y localizar la
solución al enigma.
Como
buenos compañeros decidieron hacer turnos para leer mientras el
resto escuchaba intentado descubrir la clave del enigma. Apenas les
separaban unas veinte páginas para finalizar el libro cuando se
produjo un silencio rotundo. El libro hacía un inciso invitando al
lector a leer la continuación del libro. Las páginas restantes se
dedicaban a bibliografía y demás anexos, pero no había dedicatoria
por ningún lado. Quizás un error o una burla del “gracioso”
desconocido. Tendrían que salir de dudas. Sabiendo que en fechas de
exámenes la biblioteca permanecía abierta por las tardes, no
dudaron en acudir a Flora. No había nadie en la biblioteca así que
sin remilgos “asaltaron” a la bibliotecaria. No tardó ni un
segundo en sacarles de dudas. Había una continuación por supuesto.
Para el sonrojo de los chicos, en la contraportada hablaba del primer
libro de una serie. Quedaba comprobar si seguiría teniendo en su
portada a un hombre bajo un manzano. Por supuesto. Sin saber como,
Flora les alargó el brazo ofreciéndoles el ejemplar buscado.
Parecía magia. No había tiempo que perder, continuarían allí
mismo. No tardaron demasiado en dar con la dedicatoria.
- A mi
querida Julia, que bajo el ciprés dejó perpetuado su nombre.
No es
que la frase les sacase de su interrogante. Con desdén Kike arrojó
al suelo el libro. Al golpear el suelo, pudieron ver que un papelito
sobresalía de la contraportada. Con rapidez lo cogieron. Algo había
escrito en su reverso.
-
Busca donde abunda el ciprés y en la página 57 encontrarás la
llave a la sabiduría. Tendrán que descifrar el enigma para
alcanzarla.
Un
ciprés, una tal Julia y la página 57. aquello cada vez se volvía
más enrevesado. Era tarde, tendrían que dejarlo para mañana.
Aquella
noche ninguno de los compañeros pudo dormir demasiado. El dichoso
enigma.
Sin
darse cuenta, volaron las tres primeras clases y la hora del recreo
les hizo reunirse en la biblioteca. Al preguntar por los cipreses,
Flora no pudo decirles más que la unión entre un ciprés y un
lugar, no podía ser otro, que un cementerio. Que mejor sitio donde
perpetuar un nombre, que una lápida de un cementerio. Perpetuado…
que cierto era.
Un
sonoro golpe sacó a los chicos de sus pensamientos. Flora había
golpeado la mesa con gran fuerza. Pues claro, sabía de un libro que
hablaba sobre cementerios y cipreses. La alargada sombra del ciprés
era su título, Frank Wilson su autor. Fila 3 estante 56.
No
estaba bien visto que se corriera por los pasillos de la biblioteca,
pero no pudieron evitarlo.
Allí
estaba el libro. Un tomo enorme, por lo menos quinientas páginas,
comentó Kike.
Acudieron
con presteza a la página 57 y para su sorpresa, no destacaba por
nada, solo que estaba llena de palabras, nada fuera de lo común.
Leyeron
y releyeron la página de manera enfermiza, pero no había manera.
Había que volver a las clases. Por la tarde tendrían tarea.
Estuvieron mirando y leyendo sin fruto alguno. Tiraron el libro sobre
la mesa del parque. Entonces cogió el libro Greg. No era muy
inteligente, pero decidió coger un lápiz y se puso a hacer
garabatos en los márgenes, no le importaba que la bibliotecaria le
echara la bronca, estaba cansado de dar vueltas al libro. En eso
estaba cuando, sin saber muy bien por qué, trazó una linea de
arriba hacia abajo marcando la primera letra de cada linea. Comenzó
a balbucear el resultado de unir cada letra y el resultado le pareció
demasiado entendible como para ser una simple casualidad.
- El
Quijote te mostrará le prueba definitiva, pregunta a Dulcinea cual
es su pueblo.
A los
gritos de Greg acudieron todos raudos y veloces. No tardaron en
llegar a la conclusión de que aquello no podía ser una casualidad.
Habían
tenido que leer El Quijote hacía dos años pero a decir verdad, casi
nadie lo había leído entero, pues habían preferido ver una
película americana que hablaba sobre el personaje y les resultó
suficiente para evitar su lectura. Pero por increíble que parezca,
ninguno recordaba el nombre del pueblo de la tal Dulcinea.
Por
suerte todavía quedaba un par de horas para el cierre de la
biblioteca.
No
tuvieron que leer demasiado en el citado libro, enseguida salió a
relucir el pueblo de la amada de Don Quijote, Dulcinea, del Toboso.
Ese era el pueblo. Pero aquel parecía un callejón sin salida, no
había más pistas. O eso era lo que parecía. Algo tenía que tener
ese libro, no podía ser el final del acertijo.
La
página donde se mencionaba el lugar de procedencia de Dulcinea tenía
que contener alguna pista. Sin saber muy bien por qué, vieron que en
la esquina inferior, había unas marcas. Alguien había escrito algo
y posteriormente lo había borrado con una goma. Recordaron un truco
que habían visto en una serie de televisión. Kike decidió utilizar
un lápiz y frotando suavemente sobre los restos de escritura
salieron a la luz unas letras que ponía “ ir a vol. II”.
Volumen
II de qué libro. Esa era la pregunta. Por suerte Maya no tardó en
dar la respuesta. Nadie había caído en la cuenta que, según la
chica, existía una segunda parte del Quijote. Volvieron a la
estantería y allí estaba. Nada más coger el libro, un papel cayó
al suelo, en éste caso, de mayor tamaño que los precedentes.
Se
arremolinaron todos alrededor de Kike y Maya y comenzaron a leer en
voz alta:
- “La
sabiduría milenaria os será entregada. Para ello tendréis que
recorrer un camino que os hará atravesar océanos de letras y
párrafos. Cada texto que vuestros ojos vean y vuestro cerebro
procese, os enriquecerá sobremanera, consiguiendo que vuestra mente
alcance…
De
pronto, una voz detrás de ellos, terminó la frase.
- “
la sabiduría milenaria”.
Como
un resorte, giraron sus cabezas buscando la voz que había terminado
la frase. Era la profe María. Todos perplejos no sabían que había
sucedido.
- Como
bien dice la nota, habéis alcanzado la sabiduría milenaria. Hemos
conseguido que por lo menos hayáis leído unos libros que, ni por
asomo, hubiese conseguido que todos vosotros navegaseis entre sus
páginas. Y por supuesto, me habéis hecho la profesora más feliz
del mundo.
Las
caras de sus alumnos se llenaron de sonrisas. Habían caído en la
trampa de su profe, pero lo habían paso genial leyendo todos juntos.
Decidieron
dar por finalizada la búsqueda e ir cada uno a su casa. Aquella
noche todos pudieron dormir plácidamente.
A la
mañana siguiente, una sorpresa esperaba a la profe María. Sus
alumnos la esperaban colocados en sus pupitres esperando su llegada.
Pero más sorpresa supuso su proposición.
-
Queremos formar un grupo de lectura y nos encantaría que nos ayudase
en la comprensión de los textos y servirnos de guía en la elección
de los textos.
María
había conseguido su propósito. Había sembrado la semilla de la
curiosidad por la lectura en sus alumnos y podía ser el principio de
un hábito que les haría alcanzar la sabiduría milenaria. El
conocimiento…